4 jul 2019

Viejos pupitres

Esos veinte minutos de retraso, que hace dos, eran una espera poco grata, se habían convertido en un deseo, sin prisa, de conseguir unos minutos más para tomar la decisión de dejarse llevar por el miedo o por la curiosidad.

Mientras su tren le daba margen, miraba el maletín que descansaba a su derecha, olvidado por su compañero de asiento dos minutos atrás.
Ahora echaba de menos la conversación no mantenida.

La mayoría de las personas que ocupaban el asiento contiguo al suyo, en los trayectos del tren que la llevaban del trabajo a casa y viceversa, eran las que iniciaban una conversación.
Siempre pensó que tenía una expresión lo suficientemente amable, como para que quisieran hablar con ella sin conocerla en absoluto.
Y con el tiempo se acostumbró a que así fuera.

Hoy, sin embargo, la excepción había compartido con ella camino. Algo que no hubiera tenido mayor trascendencia, de no ser por aquel olvidado maletín, que cuanto más miraba, más segura estaba de querer abrir y confirmar su sospecha de que contenía un saxo.

Miró por la ventana y supo que apenas le quedaban tres minutos para llegar a su parada. Al abrirlo, lo único que encontró fue una nota con su nombre. Miró a su alrededor con disimulo y vergüenza anticipada, por si alguien le estaba tomando el pelo, y empezó a leer la nota.
Intentaba, tras cada frase, recordar la cara de su, ya no tanto, olvidadizo compañero para tratar de confirmar que aquellas palabras eran ciertas y lo que años atrás era un pupitre compartido lleno de saxos y corazones garabateados, hoy era el asiento de un tren que acabada de cambiar su destino.

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