20 ago 2020

Emergencias

Ya de camino a casa, su estómago sabe que hoy no almorzará ni a las cuatro, ni a las cuatro y media, ni, probablemente, mucho después.

Conforme entra en casa, cierra la puerta tras ella, y mientras avanza por el pasillo se despoja de todo cuanto lleva encima, material e inmaterial. Enciende el aire acondicionado. Silencia cualquier cacharro que pueda hacer ruido por sí mismo. Y va derecha en busca de su botiquín.

Sabe perfectamente lo que necesita en ese momento. Tierra. Su botiquín de Tierra. Lo coge y empieza.

Los decibelios que necesita no son  recomendables para su vecindario, así que, con los auriculares inalámbricos como única compañía, empieza una danza que sabe que no le dará las respuestas que necesita, ni tampoco  tomará ninguna decisión por ella, ni tampoco cambiará ninguna situación a futuro.

Pero sabe seguro que salvará el ahora. Que le permitirá recuperar esa cordura que peligra en los momentos que nos sobrepasan.

Baila, canta, y pierde la noción del espacio y del tiempo, hasta que se agota el último resquicio del agotamiento, del ahogamiento y de la saturación que la lleva a buscar un botiquín que, tarde lo que tarde, nunca le falla.

¿Y luego?

Luego hay que buscar otros tratamientos a largo plazo.

El botiquín es sólo para las emergencias.

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