1 jun 2019

Palabras olvidadas

No era muy de guiarse por los premios, pero esta vez hizo una excepción, al dejarse llevar por el impresionante despegue literario de una joven escritora que, con su primera novela, estaba cosechando no solo premios, sino las mejores críticas de sus particulares críticos blogueros.

Así que decidió arriesgarse, confiando en que ésta fuera una de esas ocasiones en las que los premios aciertan con justa puntería.
El primer dardo hizo diana en la página dos.
Primera esquina doblada, para una de esas ocasiones en las que una sola frase detiene la lectura y hace imposible continuar sin más; sin volver a leerla, sin robarte la pausa para la que fue escrita.
Y en esa pausa tomó una decisión: devolver a la vida a todas las palabras olvidadas que un mundo lleno de mínimas expresiones eficientemente elegidas para lograr objetivos rápidos, había eliminado de sus calles.

Buscó uno de los rotuladores que su sobrino había olvidado debajo del sofá unos días antes y salió de casa, convertido en una especie de versión literaria del flautista de Hamelin, seguido en su mente de todas aquellas pequeñas palabras que, por fin, habían encontrado a su particular héroe.
Una semana después, de camino hacia el trabajo, en el escaparate de una tienda de reparación de móviles, descubrió un cartel nuevo, en el que algún otro flautista se le había adelantado.

La vida también tiene dardos que hacen diana, aunque en lugar de doblar una página, te doblan la sonrisa, y te roban también la pausa para la que pasaron por tu camino.
Y en esa pausa tomó otra decisión: escribirle a Helena para darle las gracias.
Al fin y al cabo, había sido su novela la que había logrado rescatar a las palabras olvidadas.

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