18 feb 2019

Cinco minutos

Eligió uno de los troncos que le ofrecía una escalada fácil y en la última rama que creyó que soportaría su peso, se sentó a observar.

Los cinco minutos que decidió que dedicaría a llegar a una conclusión, eran ya otros muchos cinco más de los primeros. El tiempo avanzaba sin pedirle permiso y eso era algo que, aún a día de hoy, seguía sin aceptar, por muy consciente que fuera, de que eso no lo iba a hacer diferente.
En realidad, el primer minuto ya logró echar al traste sus buenos propósitos, llevándose toda su atención a la fina rama que descartó como asiento, y que se mecía justo encima de su brazo derecho.

En ella, un pequeño insecto se esforzaba por ganarle la batalla al viento y mantenerse a salvo de la caída que él mismo temía, cuando miraba hacia abajo. Mientras lo observaba, pensó que bastaría con alargar su mano y empujarlo un par de centímetros, para acabar con sus esfuerzos, lo cual no le hizo en absoluto sentirse más fuerte, más bien al contrario; se preguntó si él mismo sería capaz de hacer frente al mismo relativo zarandeo, sin acabar en el suelo.
Seguramente, no.
La flexibilidad que a la rama le daba su fuerza, a ese pequeño insecto se la quitaba.
Cuestión de equilibrio, pensó.
O de justicia irónica, según los protagonistas y lo que cada uno se juegue en el lado de la batalla que le toque jugar.

Precisamente por eso, volvió de nuevo a recordar el motivo por el que estaba allí arriba, buscando respuestas que no creía tener, antes de ver aquel forcejeo ajeno, que le hizo ser consciente de la flexibilidad justa que necesitaba, el lado de la batalla que lo había hecho subir allí.

Antes de bajar, lo cogió con cuidado y lo dejó en aquella misma rama, pero en la parte más protegida del viento.
¿Quién sabe?
Tal vez mañana, necesitara subir allí de nuevo.

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