4 dic 2017

Luna

  - Prométeme coger la luna,
    si te la pido algún día,
    y yo prometeré nunca pedírtela.

Así empezó aquella noche entre ellos.
Dos desconocidos que dejaron de serlo, una noche de luna llena, en la que se vieron por primera vez a través de ella.

Caminaban por la misma calle.
A la misma hora.
Y con la mirada puesta en el mismo sitio, que no les avisó del inminente impacto que se produciría en sus cuerpos si nadie mediaba en su trayecto.

Y así fue.
Luna decidió guardar silencio.
Y sus cuerpos chocaron, el uno contra el otro, con la misma fuerza con la que avanzaban paso a paso, sin pensar en el siguiente.

Su primera mirada fue en ambos de reproche, mientras su pensamiento se lanzaba, a golpe de certeza, por los mismos derroteros:

   (¡¡¡Cómo no miras por dónde vas!!!)

¿La carcajada...?
Fue otra de sus coincidencias.

Así que aquella promesa era, sin duda, lo más cercano a un saludo que tuvieron:

  - Prométeme coger la luna,
    si te la pido algún día,
    y yo prometeré nunca pedírtela.

Y a pesar de ser un perfecto desconocido, ella se lo prometió.

Sin fonía nº 23

Cualquier maestro podría, si quisiera, reservar un hueco para lo que el alumno, sea quien sea, le enseñará.

21 nov 2017

Evolución humanamente animal

Sin saber cómo llegó, sabe por qué se quedó atrapada en la lectura de un artículo reciente sobre el llanto infantil y sus efectos.

El porqué tenía alrededor de unos 2 años y medio y berreaba desde hacía unos tres minutos reales (en su impaciencia eran algo así como tres horas), frente a una máquina de bolas de colores, situada en la cafetería a escasos metros de su mesa.

Con el primer berrido, su madre (o lo que fuera que era la adulta que la acompañaba) intentó explicarle que no tenía intención alguna a sucumbir a su llanto; pero con poco éxito, si lo medimos en unidades lagrimales.

Intentando distraerse del porqué, se adentró en la lectura de lo que le pareció una teoría incompleta. Decía, en resumen, algo así como que el llanto de los cachorros está naturalmente creado para resultarle lo suficientemente insoportable a los adultos de la misma especie como medida de protección y supervivencia.

No lo ponía en duda.
Pero ahí es cuando pensó que estaba algo incompleta: faltaba incluir el momento evolutivo en el que los cachorros humanos aprenden la teoría y cambian de la evolución animal a la evolución humana.

13 nov 2017

Sin fonía nº 21

Seguramente porque la naturaleza es muy sabia, el pensamiento nace en silencio.

Rebeldía inconsciente

Tras muchos desencuentros con su propia memoria, había asumido que su relación sería siempre "a tres". Estarían ella, su memoria y cualquier cacharro capaz de guardar citas y generar avisos.

Los tríos también funcionan.
No todos, pero éste sí.
A estas alturas de la vida llevaban juntos un sinfín de años. Lo cual significaba que ni recordaba cuántos.

Como todas las relaciones, ésta también tenía sus puntos débiles; por ejemplo, la batería del cacharro en cuestión necesitaba que su memoria funcionara por sí misma, para encargarse de su alimentación. Pero ninguno de ellos había supuesto el fracaso de aquel trío.
Los puntos fuertes superaban con creces el balanceo de pros y contras.

Eran las 16:40 cuando sonó el Knock-Knock que le recordaba que había quedado para tomar un café.
Cogió la chaqueta, el bolso, las llaves y salió de casa.
Habían quedado en la misma cafetería que la última vez.
Ya en la calle, se colocó los auriculares y empezó a caminar.

De repente se dio cuenta de que se había pasado la calle por la que debía girar a la derecha para llegar a la cafetería, y que continuaba hacia otro destino al que iba con mucha más frecuencia.
Soltó una carcajada.
Giró sobre sí misma ciento ochenta grados y volvió sobre sus pasos un buen trecho.
Porque nada es perfecto.
Tampoco lo era esa memoria suya, cuya única rebeldía consistía en adueñarse, de vez en cuando, de su inconsciente...

6 nov 2017

Sombras

"Lo splenore di ogni citta nasconde sempre una ombra di dolore."

Lo leyó y le cautivó al instante.
Pensó que con las personas ocurre lo mismo.

Las sombras siempre le atrajeron, incluso desde cuando sólo eran un juego de manos.
Y cuando las sombras dejaron de ser chinescas, descubrió otras, mucho más difíciles de ver, incluso en uno mismo.


8 sept 2017

Sin fonía nº 20

Los genios podrían llevar chistera. Es mucho más práctica y puestos a ser tradicionales, dentro de ellas cabe cualquier vieja lámpara.

Corbata

Se puso en pie y empezó a hablar.
Apenas un minuto más tarde fue consciente de que, a excepción de un joven sentado en una de las esquinas de la sala, nadie prestaba atención a sus palabras y se sintió observado de los pies a la cabeza.
Detuvo su discurso.
Se observó a sí mismo, también de arriba abajo, e hizo lo mismo con quienes tenía enfrente.

Pidió disculpas por el desconcierto y continuó; tarde o temprano, descubrirían que sus palabras no necesitaban corbata.

29 jul 2017

Juegos

De pequeña le gustó jugar a cualquier juego. No recuerda que hubiera jamás ninguno que no le gustara. Le daba igual si era un juego de niñas, de niños, de mayores, o de cualquier otro propietario... ella se apuntaba siempre que se lo permitían.

Creció añadiendo unos y otros, conforme se ampliaba el abanico de los permitidos sin abandonar la mayor parte de los anteriores, gracias, en muchos casos, a sus numerosas sobrinas y sobrinos, que la incluían sin reparos en sus juegos.

La infancia es mucho más permisiva que la madurez a la hora de seleccionar compañía para sus ratos lúdicos; cualquiera que quiera es bien recibido.

De adultos la cosa cambia. Entran en juego (nunca mejor dicho), muchos otros factores que no pertenecen al juego mismo, pero que son normas no escritas, no compartidas (a veces) y por supuesto, no negociadas... según las cuales, la decisión de jugar varía en un momento u otro, aunque el juego sea el mismo.

Aquella noche observaba desde una esquina, en lugar de jugar como tantas otras, por uno de esos factores que entran en juego en su categoría de no compartidos y obviamente, no negociados...

8 jun 2017

Sin fonía nº19

La belleza de la ignorancia es directamente proporcional al tamaño de la misma.

5 jun 2017

El color de las piezas sin hueco

Camina con la mirada hacia el suelo.
Una mirada que esconde, entre baldosa y baldosa, pensamientos que se atropellan unos a otros, por conseguir un minuto de atención, y que le hacen olvidar que existe todo un universo, fuera de sí misma, que la acompaña a cada paso.

Se detiene en la parada a esperar que llegue el siguiente autobús y mientras espera, ve en el suelo frente a sus pies un objeto de color gris; el color de las piezas que aún no tienen hueco.

La coge del suelo para darle la vuelta y descubrir que probablemente sea una de esas piezas que junto a otras ochenta y pico, conforman el cielo de un puzzle enorme, y que acaban encajando por el hueco exacto en el que caben, más que por el trozo de cielo que les tocó representar.

Puede hacer más o menos unos trece años que no ha hecho un puzzle. No recuerda el tiempo, pero sí recuerda perfectamente, qué puzzle fue.
Florencia con un cielo incompleto.
Se pregunta (riéndose de sí misma) si esa pieza perdida, de cualquier otro cielo, quedaría bien en Florencia…

Sin fonía nº18

La elección de cada momento vivido es, a su vez, la elección de todos cuantos podrías vivir y dejas pasar.

Sin fonía nº17

Si al mirar un libro, sólo ves un libro, es que aún no has aprendido a leer.

4 jun 2017

A veces sencillamente ocurre

A veces sencillamente ocurre.
Ella llegó a su vida en el momento justo en el que él era capaz de mirar, además de ver.

Sentada en un rincón, comía sólo las pipas pares. Las impares acababan en el pico del único gorrión que carecía del miedo necesario para no acercarse, o tenía el hambre suficiente para vencer al miedo.

Al principio, no se dio cuenta de su compañía, así que simplemente, la miraba con la curiosidad que las rarezas ajenas nos despiertan, intentando encontrar la razón por la que, de cada par de pipas, sólo una acababa en su boca.
Tal vez era una de esas personas maniáticas que no soportan los números impares, pero de ser así, no le importaría demasiado; de hecho, él prefería los números pares.

Se permitió unos minutos más del placer de mirar sin ser visto, antes de levantarse y acercarse hasta ella, con la intención de ocupar el asiento libre que había a su lado, después de haber pensado qué decirle, para conseguir que su respuesta no fuera una excusa.
Como si lanzara una moneda al aire, silla y excusa, daban vueltas la una sobre la otra, conforme se acercaba a ella paso a paso.
Y en la última de las vueltas, la excusa quedó debajo.

Compartieron los principios de las conversaciones que tienen toda la grandeza de lo desconocido, donde cada pregunta y cada respuesta es un lugar nuevo al que viajar.
Y así llegó la respuesta de aquellas pipas impares que él creía que acaban en el suelo.

No pudo evitarlo.
Las fobias no piden permiso. Así que fue casi inmediato, cambiar números por pájaros y salir de allí huyendo.

A veces sencillamente ocurre.
Pero en el momento equivocado…

Breve historia de una tienda breve

Un día cualquiera se despertó como cualquier día: la almohada llena y las preocupaciones vacías.
Habían llegado a entenderse lo suficientemente bien, como para no necesitar ni una sola palabra que mediara en su relación. Gracias a ello, sus noches eran el terreno perfecto para fabricar semillas nuevas, que es lo que ocurrió aquella noche.

Se despertó con una idea que llenó sus días siguientes de síes y noes, que fueron puliendo lo que imaginaba, hasta convertirlo en lo que quería.
Quería abrir una tienda; una tienda de precios.

Necesitaba algunos, aunque fueran pocos, para poder abrirla, así que decidió autoabastecerse y empezó a rebuscar por cajones, estanterías y demás huecos.
Encontró un cuaderno que compró en Kusadasi. Su precio era treinta y ocho, pero ese cuaderno ya no lo necesitaba, pues jamás sería comprado o vendido de nuevo, así que ya tenía su primer precio en stock para su nueva tienda.
Animada por la idea de encontrar los suficientes con rapidez, le siguieron: aquella taza que compró dos veces en aquel viaje de vuelta al pasado, y que al volver supo que, aunque se rompiera una, no se desharía de ella jamás. Así pues, tampoco necesitaban precio ninguna de las dos. Ya tenía otro, incluso repetido… Y qué decir de Lucía, que la miraba con esa tranquilidad tan suya, esperando pacientemente a que le llegara su turno…

Apenas unas horas tardó en reunir los que consideró suficientes, y llena de emoción, lo dispuso todo para abrir su tienda al día siguiente, en el que amanecería como cualquier día.
La almohada vacía y las ilusiones llenas.

Paseando su nerviosismo con la excusa de terminar de retocar cualquier detalle, esperó a que entrara su primer cliente. Al cabo de una media hora, escuchó el tintineo de la puerta al abrirse y vio entrar a una señora mayor, que parecía haber cargado a su espalda cada año vivido y pintado en su rostro cada sonrisa regalada.
Se acercó hasta ella y devolviéndole aquella vieja sonrisa, algo menos arrugada, le preguntó para qué necesitaba un precio. La señora miró a su alrededor y cogió uno, que resultó ser el que Lucía ya no necesitaba.
En el mismo instante, en el que la señora le preguntaba el precio de aquel precio, se dio cuenta de que ni siquiera se había parado a pensar en lo que cobraría por ellos.
Apiadada de aquella sonrojada juventud impetuosa, la buena mujer decidió intentar ayudarle a salir de aquella situación, restándole importancia a su descuido y preguntándole por el valor que para ella tenía, aquello a lo que perteneció aquel precio.

“Le regalo el precio” fue su respuesta.

Ninguna de las dos necesitó más palabras, para entender: lo que una ya sabía, y lo que la otra acababa de aprender.
Y salieron juntas de aquella breve tienda, charlando con la confianza que da el camino que basta por lo compartido, por corto que sea, y dejando tras ellas, todas aquellas estanterías vacías del precio de lo que no tiene precio.

Sin fonía nº16

"Sinfonía": Conjunto de voces, de instrumentos o de ambas cosas, que suenan acordes a la vez.

"Sin fonía": Pensamiento, sin voz ni instrumento, que suena libre, sin armonía con nadie más que conmigo misma.

Trivialidades ajenas

Empezó por las nubes.
Siempre creyó que no le gustaban los días nublados.
A nadie le gustaban.
Así que alguna razón debía existir para ello, la conociera o no.
Compartir la tristeza de los días grises, era como compartir cualquiera de las muchas trivialidades, que llenan los días de ratos de charlas monótonas y absurdas, pero que nos vinculan a otros, sin más pretensión que sentirnos parte de algo o de alguien, y nos permiten evitar vernos, o que nos vean, como extraños bichos raros.

Un día gris, que empezó siendo como cualquier otro día nublado, se sorprendió a si mismo despidiéndolo con el sabor de los días inolvidables.
Y en ese instante, como suele pasar con aquello que sólo se sostiene por motivos ajenos, se deshizo de las nubes que hacen días grises, para quedarse con los días que sólo se llenan de nubes.

Ese fue tan sólo el principio.
Lo demás llegó con la naturalidad de lo que se aprende, descubriéndose a uno mismo.

Siguió con las deprimentes tardes de domingo.
Con la desesperante prisa del aburrimiento.
Se atrevió, algo después, con las miradas perdidas en el ascensor.
Y así siguió...
Y poco a poco fue restando y restando a esa lista, todo aquello que lo alejaba de esa normalidad ajena, pero que lo acercaba a la suya propia.

1 jun 2017

Sin fonía nº15

El deseo es la pareja perfecta de la incertidumbre, cuando ninguna de las dos pretende llegar a ser otra cosa.

El mundo de las lentillas de color

El color de los ojos no era lo único que podía cambiar los días en los que se levantaba con ganas de cambiar el mundo.
Esos días, todo le parecía tan sencillo como colocarse las lentillas, aunque no siempre fue así.

Convencer a sus ojos de adoptar a semejantes intrusas, resultó ser un camino más complicado de lo que creyó el día que compró el primer par. Sus ojos resultaron tener reflejos poco receptivos a la adopción.

Pero con algo de mucha paciencia, consiguió por fin, aprender a ponerse las lentillas, con la misma facilidad con la que cambiaba el mundo.

12 may 2017

Versos para Ana

Sentada en un taburete, espera a que empiece un recital de poesía; uno de esos que incluyen músicos​ y poeta.

Hoy va sola.
Pero para acompañar al vaso que sobre la mesa busca compañía, decide buscar algún poema de Inma.

Seguramente Google, que sabe más de ella de lo que ella cree, le devuelve, no todo lo que encuentra, sino todo lo que cree que ella busca, incluso sin que ella aún lo sepa.

Y por ese azar, que no cabe sino en un sinfín de ceros y unos, acaba atrapada por un título, que no es de Inma sino de Aurelio, otro poeta hasta entonces desconocido, que la atrapa con su obra "Versos para Ana sin número"...
Cómo no dejarse atrapar por semejante título.

Y piensa que debería apuntarlo para no olvidar buscarlo, mientras Aníbal empieza el recital, presentando a esa Inma de la que Google decidió no adelantarle nada.

Empieza tímida y despistada, para ir ganando, poco a poco, confianza a golpe de verso y guitarra.
Poesía, abrazo y despedida.
Hasta la próxima, Aníbal...

El tiempo justo para cenar, camino de su siguiente parada, la lleva hasta el final de la noche.
Judy Jackson.
Un dominio perfecto de la voz.
Del cuerpo.
Del escenario.
Comparte mesa con tres desconocidos, que dos minutos después dejan de serlo, y disfrutan a la par de compañía y concierto.

Deshace el camino, de vuelta a casa, con ese sonreír de los momentos que dejan sabor a poco.

Sólo camina.
Hasta el momento justo en el que algo en el suelo la hace salir de la inercia del camino: "Ana" visto del revés.
Pero da lo mismo.
Reconocería su propio nombre del derecho, del revés, o como fuera que lo viese escrito.

Caminó dos pasos más, para dejar de verlo al revés y leer el resto.
Y allí estaba.
Escrito en el suelo.
En el mismo sitio por donde, apenas unas horas antes, había pasado al derecho:

               "Versos para Ana"

Y supo entonces que al día siguiente buscaría un libro que sin duda el destino había decidido que era para ella...

20 abr 2017

Sin fonía nº14



Para quienes sólo ven el abismo, no importa lo grande que sea la explanada que la vista alcance.
Tal vez, al abismo habría que mirarlo con los pies.

El peso de las piedras y las dudas



El camino tenía tantas piedras que empezó a plantearse volver hacia atrás para buscar otro distinto por el que continuar.
Entre dudas y piedras, siguió caminando otro trecho, cada vez más lentamente, intentando averiguar qué era lo que le pesaba más: si las dudas o las piedras.
A la par que aminoraba su marcha, aumentaban las dudas, hasta que llegó un momento en el que decidió volverse, pues ya apenas avanzaba.

Se detuvo a observar el camino que tenía por delante, aceptando que renunciaba a lo que seguramente podría ofrecerle.

Se sentó a un lado y volvió la vista hacia atrás, añorando esa parte del camino que le había resultado sencillo recorrer. Fue entonces cuando vio acercarse a otro caminante que, sacándola de sus pensamientos, se le acercó y le preguntó hacia qué dirección iba.

Dudó un instante.

Conforme ella señalaba con la mano aquélla de la que ambos venían, él le entregó una especie de bastón con una punta de metal en un extremo, y le dijo:

- Tómalo. Es muy útil para romper piedras y yo ya no lo necesito. Esta parte del camino hacia la que voy es un llano sendero, pero de donde vengo, hay tantas piedras que estuve a punto de darme la vuelta en alguna ocasión...

Lo cogió.
Le dio las gracias.
Y empezó despacio a caminar tras él.

Loco



Estaba loco.
De eso no tenía la más mínima duda.

Cómo tenerla, si desde su más tierna infancia, todas las personas que lo conocieron, en algún momento pronunciaron, refiriéndose a él, aquella incomprensible palabra: “loco”. Por convicción o por contagio, pensaba ahora, pero ¿qué más da?... Seguramente, ni ellas mismas lo supieran.

De pequeño no dejó de preguntar qué significaba estar loco, pero nunca nadie le dio una respuesta. No al menos una que valiera la pena y consiguiera sacarlo de dudas.
Pero lo dejó pasar…
De todos modos, su infancia (como muchas otras) estaba llena, llenísima, de preguntas sin respuesta, o de respuestas vacías, elegidas al azar sin más intención que hacerlo callar.

Conforme iba creciendo, se dio cuenta de que aquella palabra lo seguía acompañando.
Otras muchas se quedaban, allá atrás, junto a su infancia, pero no ésta. Y al igual que con tantas otras preguntas, empezó a buscar sus propias respuestas.
Compartidas con amigas y amigos danzaban: el sentido de la Vida, el próximo corte de pelo, los límites de la propia libertad o la canción del momento… Respuestas y respuestas llenas de eternas horas de debate. Sin embargo, su locura, seguía en la más profunda de las soledades. Nadie, ni si quiera él mismo, encontraba la respuesta.
Pero lo dejó pasar…
De todos modos, empezaba ya a acostumbrarse a que fuera parte de su piel.

Ya de adulto, ahí estaba. Seguía estando loco. Eso le decían.
Las mismas letras, en el mismo orden, pero ahora sonaba de un modo distinto cuando alguien la pronunciaba. Sonaba menos risueña. Pero también él era diferente. Ya no necesitaba las respuestas de los demás, porque (aunque tardó en darse cuenta) ahora sabía que siempre tuvo otras:
la de las gotas de lluvia que resbalaban por su piel, entre las carreras de los que huían de ellas;
la de aquella tortuga que se movía taaaan despacio, que sólo él era capaz de verla moverse;
la de las sonrisas regaladas a desconocidos, para desconcierto de todos ellos…
Y se dio cuenta, entonces, de que ni siquiera necesitaba una respuesta propia a su locura.
Y lo dejó pasar…
De todos modos, juntos llevaban toda una Vida siendo felices.

Otoño



Apenas había distancia entre sus manos.
Y aunque ninguno de los dos se atrevía a recorrerla,
ambos deseaban que el otro lo hiciera,
conformándose mientras tanto,
con sentir su piel acariciada por el aire compartido.
En ese breve instante de eternidades sentidas,
el otoño decidió por ellos, dejando caer una hoja.

Una de tantas, para tantos.
No para ellos.

Y a pesar de que ambos hubieran creído (y querido) pensar que no cabría,
lo hizo.
Y pasó por entre sus manos.
Y rasgó el aire, mutuamente acariciado, dejando entre ellos un abismo.
¿Cómo recorrer ahora ese abismo si no fue capaz de hacerlo con apenas el hueco de un otoño?
Se agachó a recogerla antes de marcharse y se la llevó consigo,
para recordar, de vez en cuando, que la distancia no está en el camino.