18 oct 2019
14 oct 2019
Nada
Puede que nada signifique nada.
Sin más.
Así de simple.
Y que cualquier otro significado que busques, sea una pérdida de tiempo.
Suficiente es tener una mente que comprender, como para tratar de comprender mentes ajenas.
Sin más.
Así de simple.
Y que cualquier otro significado que busques, sea una pérdida de tiempo.
Suficiente es tener una mente que comprender, como para tratar de comprender mentes ajenas.
De vuelta a casa
Al entrar en casa, un golpe de calor le dio la bienvenida de un modo poco agradable.
Pareció como si quisiera echarle en cara los días de ausencia y abandono, que, a pesar de ser un pensamiento completamente estúpido, le resultaba más real de lo que era.
El temor a ser recibida con un reproche la acompañaba desde que emprendió el camino de vuelta a casa, la tarde anterior.
Lo más difícil de organizar aquellas vacaciones había sido que Tomás entendiera que ir sola, o no, no era una cuestión que le correspondiera decidir a él.
Y a pesar de dedicarle tiempo y esfuerzo, lo único que logró fue una aceptación, poco convincente, acompañada de un gesto de tristeza, que se despidió de ella desde la puerta de casa.
Y allí dejó su tristeza, al marcharse, deseando que los días siguientes lograran hacerle entender lo que ella no había conseguido.
Afortunadamente, el golpe de calor fue el único recibimiento que encontró en casa.
Tomás no estaba.
Sintió cierto grado de culpabilidad al sentirse agradecida por esa ausencia, que le permitía un momento de tranquilidad antes de retomar su última conversación.
Dejó la maleta en el dormitorio, sacó el móvil de la mesita de noche, lo encendió y lo dejó recogiendo llamadas y mensajes mientras se daba una ducha de agua fría y el aire acondicionado hacía lo mismo con la casa.
En el buzón de voz le esperaban doce mensajes, que no iba a responder, y uno de Tomás que no necesitaba respuesta.
Pareció como si quisiera echarle en cara los días de ausencia y abandono, que, a pesar de ser un pensamiento completamente estúpido, le resultaba más real de lo que era.
El temor a ser recibida con un reproche la acompañaba desde que emprendió el camino de vuelta a casa, la tarde anterior.
Lo más difícil de organizar aquellas vacaciones había sido que Tomás entendiera que ir sola, o no, no era una cuestión que le correspondiera decidir a él.
Y a pesar de dedicarle tiempo y esfuerzo, lo único que logró fue una aceptación, poco convincente, acompañada de un gesto de tristeza, que se despidió de ella desde la puerta de casa.
Y allí dejó su tristeza, al marcharse, deseando que los días siguientes lograran hacerle entender lo que ella no había conseguido.
Afortunadamente, el golpe de calor fue el único recibimiento que encontró en casa.
Tomás no estaba.
Sintió cierto grado de culpabilidad al sentirse agradecida por esa ausencia, que le permitía un momento de tranquilidad antes de retomar su última conversación.
Dejó la maleta en el dormitorio, sacó el móvil de la mesita de noche, lo encendió y lo dejó recogiendo llamadas y mensajes mientras se daba una ducha de agua fría y el aire acondicionado hacía lo mismo con la casa.
En el buzón de voz le esperaban doce mensajes, que no iba a responder, y uno de Tomás que no necesitaba respuesta.
17 jul 2019
Kryptopterus vitreolus - Cristal sobre cristal
Tras una pared de cristal, que compartía transparencia con ellos, se movían en un espacio inmensamente pequeño para sustituir a un istmo que les quedaba ya demasiado lejos y al que, desde luego, no volverían por dos euros quince.
La belleza que, desde pequeña, encontraba tan atractiva en todo aquello que le permitía ver su mecanismo interior, se disipó esta vez.
La doble transparencia no hizo doble su belleza.
Le resultó irónico pensar que, curiosamente, al cristal de Java lo que le sobraba no era el cristal de su nombre sino el de la pecera.
La belleza que, desde pequeña, encontraba tan atractiva en todo aquello que le permitía ver su mecanismo interior, se disipó esta vez.
La doble transparencia no hizo doble su belleza.
Le resultó irónico pensar que, curiosamente, al cristal de Java lo que le sobraba no era el cristal de su nombre sino el de la pecera.
4 jul 2019
Viejos pupitres
Esos veinte
minutos de retraso, que hace dos, eran una espera poco grata, se habían
convertido en un deseo, sin prisa, de conseguir unos minutos más para tomar la
decisión de dejarse llevar por el miedo o por la curiosidad.
Mientras su
tren le daba margen, miraba el maletín que descansaba a su derecha, olvidado
por su compañero de asiento dos minutos atrás.
Ahora echaba de menos la conversación no mantenida.
Ahora echaba de menos la conversación no mantenida.
La mayoría de las personas que ocupaban el asiento contiguo al suyo, en los trayectos del tren que la llevaban del trabajo a casa y viceversa, eran las que iniciaban una conversación.
Siempre
pensó que tenía una expresión lo suficientemente amable, como para que
quisieran hablar con ella sin conocerla en absoluto.
Y con el
tiempo se acostumbró a que así fuera.
Hoy, sin
embargo, la excepción había compartido con ella camino. Algo que no hubiera
tenido mayor trascendencia, de no ser por aquel olvidado maletín, que cuanto
más miraba, más segura estaba de querer abrir y confirmar su sospecha de que contenía
un saxo.
Miró por la
ventana y supo que apenas le quedaban tres minutos para llegar a su parada. Al
abrirlo, lo único que encontró fue una nota con su nombre. Miró a su alrededor
con disimulo y vergüenza anticipada, por si alguien le estaba tomando el pelo,
y empezó a leer la nota.
Intentaba, tras cada frase, recordar la cara de su,
ya no tanto, olvidadizo compañero para tratar de confirmar que aquellas
palabras eran ciertas y lo que años atrás era un pupitre compartido lleno de
saxos y corazones garabateados, hoy era el asiento de un tren que acabada de
cambiar su destino.
3 jul 2019
Despedida
El intenso
blanco del folio que cegaba sus manos, le impedía ver las palabras en el orden
en el que querría escribirlas, si fuera capaz de olvidarse de las consecuencias
que sus palabras tendrían en las personas a las que más amaba.
Despedirse
no le estaba resultando tan fácil como pensó.
Creyó que
tomar la decisión de marcharse sería suficiente, pero no tuvo en cuenta que implicaba,
a su vez, asumir la decisión de no dejarse llevar por lo que provocaría su
marcha, siendo consciente, como era, de no haber aprendido aún a liberarse de
esa responsabilidad autoimpuesta sobre las emociones ajenas.
El billete
de avión que esperaba sobre su maleta le recordaba que ya era tarde para
aprenderlo.
La
alternativa de no despedirse le parecía todavía más terrible y ese folio, aún en
blanco, no parecía dispuesto a ponérselo más fácil. Así que hizo lo único que
se le ocurrió para encontrar las palabras que necesitaba: olvidar por un
momento el para y el porqué y despedirse de sí mismo.
Cambio
Søren le proporcionó la semilla.
Y sus últimos meses, la tierra en la que germinó la decisión de no tener amigos. Aunque en realidad lo que decidió fue cambiarlos.
Cambió personas por momentos.
1 jun 2019
Dejarlo en tablas
Era la
segunda vez que almorzaban juntos.
La primera le sorprendió.
Ésta confirmó.
Era una persona original en su vida.
Ni mejor ni peor que otras, simplemente distinta.
Eso ya lo sabía.
Lo que le faltaba por descubrir era, si él era consciente de su originalidad o no.
Era lo más difícil de descubrir, pero también lo más interesante.
Resultaba un reto hacerle las mismas preguntas que le haría a cualquier otra persona que acabara de conocer, pero eligiendo las palabras justas para conseguir las respuestas que buscaba, que nada tenían que ver, en realidad, con el asunto del que hablaran.
Además de un reto, era un juego con el que verdaderamente disfrutaba, quizás por las pocas oportunidades que tenía. Era como jugar a una partida, pero con piezas propias y ajenas. Y en este caso, desde la primera jugada, ya prometía buenos momentos.
El humus que acaban de dejar en la mesa le permitió descubrir la justa cantidad de comino que se necesita añadir para no estropear la mezcla de sabores y a la par, que aquello que a veces nos parece original en una persona es una sencilla cuestión de métrica; basta con reducir el espacio en el que mirar, para cambiar de parecer.
Y entonces se dio cuenta.
No era la única que estaba jugando a la vez con piezas propias y ajenas...
Y decidieron que dejarlo en tablas sería perfecto.
La primera le sorprendió.
Ésta confirmó.
Era una persona original en su vida.
Ni mejor ni peor que otras, simplemente distinta.
Eso ya lo sabía.
Lo que le faltaba por descubrir era, si él era consciente de su originalidad o no.
Era lo más difícil de descubrir, pero también lo más interesante.
Resultaba un reto hacerle las mismas preguntas que le haría a cualquier otra persona que acabara de conocer, pero eligiendo las palabras justas para conseguir las respuestas que buscaba, que nada tenían que ver, en realidad, con el asunto del que hablaran.
Además de un reto, era un juego con el que verdaderamente disfrutaba, quizás por las pocas oportunidades que tenía. Era como jugar a una partida, pero con piezas propias y ajenas. Y en este caso, desde la primera jugada, ya prometía buenos momentos.
El humus que acaban de dejar en la mesa le permitió descubrir la justa cantidad de comino que se necesita añadir para no estropear la mezcla de sabores y a la par, que aquello que a veces nos parece original en una persona es una sencilla cuestión de métrica; basta con reducir el espacio en el que mirar, para cambiar de parecer.
Y entonces se dio cuenta.
No era la única que estaba jugando a la vez con piezas propias y ajenas...
Y decidieron que dejarlo en tablas sería perfecto.
Palabras olvidadas
No era
muy de guiarse por los premios, pero esta vez hizo una excepción, al dejarse
llevar por el impresionante despegue literario de una joven escritora que, con
su primera novela, estaba cosechando no solo premios, sino las mejores críticas
de sus particulares críticos blogueros.
Así que decidió arriesgarse, confiando en que ésta fuera una de esas ocasiones en las que los premios aciertan con justa puntería.
El primer dardo hizo diana en la página dos.
Primera esquina doblada, para una de esas ocasiones en las que una sola frase detiene la lectura y hace imposible continuar sin más; sin volver a leerla, sin robarte la pausa para la que fue escrita.
Y en esa pausa tomó una decisión: devolver a la vida a todas las palabras olvidadas que un mundo lleno de mínimas expresiones eficientemente elegidas para lograr objetivos rápidos, había eliminado de sus calles.
Buscó uno de los rotuladores que su sobrino había olvidado debajo del sofá unos días antes y salió de casa, convertido en una especie de versión literaria del flautista de Hamelin, seguido en su mente de todas aquellas pequeñas palabras que, por fin, habían encontrado a su particular héroe.
Una semana después, de camino hacia el trabajo, en el escaparate de una tienda de reparación de móviles, descubrió un cartel nuevo, en el que algún otro flautista se le había adelantado.
La vida también tiene dardos que hacen diana, aunque en lugar de doblar una página, te doblan la sonrisa, y te roban también la pausa para la que pasaron por tu camino.
Y en esa pausa tomó otra decisión: escribirle a Helena para darle las gracias.
Al fin y al cabo, había sido su novela la que había logrado rescatar a las palabras olvidadas.
Así que decidió arriesgarse, confiando en que ésta fuera una de esas ocasiones en las que los premios aciertan con justa puntería.
El primer dardo hizo diana en la página dos.
Primera esquina doblada, para una de esas ocasiones en las que una sola frase detiene la lectura y hace imposible continuar sin más; sin volver a leerla, sin robarte la pausa para la que fue escrita.
Y en esa pausa tomó una decisión: devolver a la vida a todas las palabras olvidadas que un mundo lleno de mínimas expresiones eficientemente elegidas para lograr objetivos rápidos, había eliminado de sus calles.
Buscó uno de los rotuladores que su sobrino había olvidado debajo del sofá unos días antes y salió de casa, convertido en una especie de versión literaria del flautista de Hamelin, seguido en su mente de todas aquellas pequeñas palabras que, por fin, habían encontrado a su particular héroe.
Una semana después, de camino hacia el trabajo, en el escaparate de una tienda de reparación de móviles, descubrió un cartel nuevo, en el que algún otro flautista se le había adelantado.
La vida también tiene dardos que hacen diana, aunque en lugar de doblar una página, te doblan la sonrisa, y te roban también la pausa para la que pasaron por tu camino.
Y en esa pausa tomó otra decisión: escribirle a Helena para darle las gracias.
Al fin y al cabo, había sido su novela la que había logrado rescatar a las palabras olvidadas.
30 may 2019
Despedidas
Recogió todo lo que le pertenecía de cuanto había en su mesa y lo metió en una caja de cartón que se había llevado esa misma mañana desde casa, y que había comprado la tarde anterior en su tienda favorita.
Se había fijado en ella un par de semanas antes, mientras buscaba una taza que reemplazase a la que le había regalado Ánder, que lamentablemente, ya sólo era un montón de añicos imposibles de recomponer y guardados en un bote de cristal, a la espera de que la tristeza que le invadió al romperla, se llevara los añicos con ella.
Las tristezas que se van sin despedirse te dejan los añicos de aquello que las provocó.
Desde la primera vez que se encontró añicos huérfanos en un rincón olvidado, le pareció que era una manera algo cruel de marcharse. Así que habían hecho un pacto la tristeza y ella. Ella le cedería la parte de la almohada más soñadora a cambio de que siempre le dejara una nota de despedida entre las líneas de alguna sonrisa antes de marcharse.
Sin fonía nº 28
Las tristezas que se van sin despedirse te dejan los añicos de aquello que las provocó.
18 feb 2019
ꓲꓲ
Pausa.
Todo en pausa.
Pausa en los porqués y en los me da lo mismo.
Pausa en ti, para mí, aunque no la entiendas.
Pausa en la mirada.
En la búsqueda sin permiso.
Pausa en otras vidas, que me rozan y no esperan.
Pausa en el bucle de preguntas.
En la nada de las respuestas.
Pausa en el vacío de las manos huecas.
Pausa en los sentidos.
En el aire.
Pausas...
...en el tiempo que habita en ellas.
Cinco minutos
Eligió uno de los troncos que le ofrecía una escalada
fácil y en la última rama que creyó que soportaría su peso, se sentó a
observar.
Los cinco minutos que decidió que dedicaría a llegar a una
conclusión, eran ya otros muchos cinco más de los primeros. El tiempo avanzaba sin pedirle permiso y eso era algo que,
aún a día de hoy, seguía sin aceptar, por muy consciente que fuera, de que eso
no lo iba a hacer diferente.
En realidad, el primer minuto ya logró echar al traste
sus buenos propósitos, llevándose toda su atención a la fina rama que descartó
como asiento, y que se mecía justo encima de su brazo derecho.
En ella, un pequeño insecto se esforzaba por ganarle la
batalla al viento y mantenerse a salvo de la caída que él mismo temía, cuando
miraba hacia abajo. Mientras lo observaba, pensó que bastaría con alargar su
mano y empujarlo un par de centímetros, para acabar con sus esfuerzos, lo cual
no le hizo en absoluto sentirse más fuerte, más bien al contrario; se preguntó
si él mismo sería capaz de hacer frente al mismo relativo zarandeo, sin acabar
en el suelo.
Seguramente, no.
La flexibilidad que a la rama le daba su fuerza, a ese
pequeño insecto se la quitaba.
Cuestión de equilibrio, pensó.
O de justicia irónica, según los protagonistas y lo que
cada uno se juegue en el lado de la batalla que le toque jugar.
Precisamente por eso, volvió de nuevo a recordar el
motivo por el que estaba allí arriba, buscando respuestas que no creía tener,
antes de ver aquel forcejeo ajeno, que le hizo ser consciente de la
flexibilidad justa que necesitaba, el lado de la batalla que lo había hecho
subir allí.
Antes de bajar, lo cogió con cuidado y lo dejó en aquella
misma rama, pero en la parte más protegida del viento.
¿Quién sabe?
Tal vez mañana, necesitara subir allí de nuevo.
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