26 mar 2017

Sin aliento



Si dejas de respirar un instante, no te ahogas.
Pero si dejas que un instante no te respire, estás perdida.

Perdida entre todo lo que queda fuera.
Y fuera queda…
la palabra que no te deja sin palabras;
el tiempo que se llena de vacíos;
la caricia que no desarma;
el miedo que es miedo y sólo eso;
la razón que no te desrazona;
la ausencia que es olvido;
y tantas y tantas cosas que no son ese instante,
que te deja sin aliento.

Sin fonía nº12


Puso toda su Vida patas arriba.
Luego lo cogió de la mano, le hizo mirar a lo alto y mientras lo separaba un poco de aquel desastre, le decía: ahora que nada tiene un lugar, puedes colocarlo donde quieras.

21 mar 2017

Equipaje

El camino era un pedregal, pero tenía los pies acostumbrados a caminar por terrenos parecidos y ninguna piedra logró distraerlo de sus pensamientos. Había tomado la decisión de romper con todo lo que hasta entonces había sido su vida, y de buscar un lugar en el que vivir apartado.

Lo que no logró ninguna de aquellas piedras, lo hizo un sonido que no encajaba en aquel paisaje perfectamente construido por la naturaleza. Se detuvo y esperó paciente, con la certeza de que volvería a repetirse.

Era un llanto.
Empezó a mirar a su alrededor, repasando cada rincón al que le alcanzaba la vista, convencido de que no era casual que se hubiera producido a su paso por allí.
Volvió a oírlo.
Le pareció sincero, como el llanto que nace de la verdadera necesidad y no ha adquirido aún la capacidad de ocultar, bajo miedos y complejos, la causa que lo provoca. Supuso pues, que pertenecía a un niño; alguien a quien sus cortos días no habían enseñado aún a disfrazar sus emociones. Por ello, le resultó fácil encontrarlo. La infancia tiene un olor inconfundible a inmensidad y ternura, que impregna todo cuanto hay a su alrededor.

Su recién recogido equipaje le hizo cambiar de ritmo y de pensamientos.
No tuvo apenas infancia. Sólo una forma infantil de ver la vida adulta que le llegó demasiado pronto. Tal vez por eso, no logró sentirla como suya y decidió apartarse de todo y empezar de nuevo. En ese instante justo de sus pensamientos se detuvo.
¿Tenía derecho a elegir por ese niño? ¿O él a hacerle renunciar a su propósito?
Podría acercarse a la ciudad más cercana y dejarlo en un lugar donde alguien lo encontrara.

Se detuvo de nuevo y se sentó.
Juntó unas cuantas hojas secas y lo puso encima de ellas. Observó su rostro dormido, su respiración tenue y su serenidad. Pasó sus dedos suavemente por su cuerpo y ambos se estremecieron.
Pensó que, si para una vida ya era bastante perder una infancia, perder dos sería demasiado... Se levantó, lo cogió de nuevo y empezó a desandar sus pasos, de vuelta a su recién recuperado hogar, preguntándose en cada paso, quién de los dos había salvado a quien.

8 mar 2017

Costumbres

Esa mañana le dedicó un rato del tiempo que aún no tenía dueño, a buscar algunos de sus poemas.
No recordaba haber escuchado antes su nombre, así que, como tantas otras veces, no era su obra lo que la animaba a acudir a su recital. En realidad, le atrajo la originalidad del cartel con el que se anunciaba, aunque estaba segura de haber ido igualmente, por común que hubiera sido aquél, porque dejarse sorprender por nuevos poetas era uno de los placeres a los que se entregaba sin mucha resistencia.

Leer algo de su obra antes del recital era una excepción a su costumbre; que bien pensado también era costumbre suya, eso de cambiar de camino para llegar a un mismo sitio, de vez en cuando.

Dejó caer la tablet sobre la suave ladera de algodón que cubría sus piernas de ese modo que sólo el tiempo logra, y empezó a leer.
El primero de sus poemas no la conquistó.
Buscó instintivamente el título del poemario ("Los peces se fueron del mar") mientras pensaba que aquél no se hubiera ido con ella.

La mayoría de los libros de poesía que tenía, estaban con ella también por una simple cuestión de costumbre; la costumbre de coger un libro, abrirlo por una de sus páginas al azar y leer el poema que aparecía. Si doblaba la esquina, se iban juntos de la librería, si no, volvía a dejarlo donde estaba.

Aquella mañana no estaba en una librería, así que "Los peces se fueron del mar" se quedó con ella un rato más. Leyó otros cuantos poemas de la misma obra antes de buscar otras más recientes. Tras veintidós poemas leídos, decidió que eran suficientes como anticipo y que el resto llegaría aquella noche a criterio del propio autor, del que ya se había hecho una idea, que no incluía el hecho de que la sorprendiera.

No fue consciente de que debió ser su propio azar el que eligió el principio de la noche, hasta pasados los veintidós segundos que tardó en aceptar, que estaba escuchándole recitar el primer poema que ella había leído aquella misma mañana.
Eran las mismas palabras, una por una, aunque parecieran otras completamente distintas, mientras las recitaba mirando a su alrededor como miran los que no se guardan nada para mañana.
Esas mismas palabras por las que, apenas hacía unas horas, no hubiera doblado la esquina de una página, y que ahora le recordarían para siempre que hay poetas que no terminan de escribir un poema hasta que lo recitan.