29 oct 2018

Blancas y negras

Jugando al ajedrez, aprendió a saltar sólo dentro de las “losas” que el camino pintó del color que le tocaba jugar.

Y aceptó esas normas, con la misma facilidad, con que aceptó las del juego, porque jamás vio al resto como suyas.

Repartir el camino, le parecía de lo más razonadamente lógico, y así avanzó gran parte del camino.

Pero en algún momento, perdió el equilibrio y pisó una losa distinta, del color que creía, que no le correspondía pisar.

La primera fue fruto del desequilibrio.

Anverso y reverso

Cada palabra, cada gesto que le llega, es como un jeroglífico que desearía resolver, pero al que le faltan pistas.
Las pistas que llegan poco a poco, conforme cada rato compartido va regalándoselas.
Algunas encajan en la imagen que ya ha construido en su cabeza y otras no.
Pero eso no tiene mucha importancia, en realidad.
Lo que sí la tiene, es cuántas encajan o no, en sus sentimientos.
Y a la par que cuenta las propias, se pregunta cómo irá ese otro contador que comparte momentos, pero que no le pertenece.
Porque en algunos casos, anverso y reverso han de contar a la par.

Abstracciones

La ya escasa importancia de las naderías había ido disminuyendo tanto, que le parecía cada vez más difícil mantener conversaciones que le resultaran atractivas. Se abstraía de ellas ya casi sin darse cuenta. Y sin casi darse cuenta también, había ido perdiendo la costumbre de disimularlo, porque para el resto de personas que la rodeaban, pasaba completamente desapercibido el hecho de que ella dejara de estar presente, aunque siguiera estando junto a ellas.
Lo cual era, sin duda, una gran ventaja.

Aquella tarde, se desvaneció esa ventaja a la que estaba acostumbrada, aunque ella tardó un rato en darse cuenta, porque quien la hizo esfumarse, tuvo la precaución de esperarse a estar a solas.
Quería contar con la ventaja de sorprenderla.

Más tarde descubriría, que esa era otra de sus coincidencias. La experiencia de ambos les había convencido de que usar el factor sorpresa, consigue respuestas más sinceras.
Y sin duda, él debió creer que la sinceridad en ésta, merecía la espera.

Así pues, una vez a solas, y tras la sorpresa inicial, lo primero que la delató fue la sonrisa. La conocía ya lo suficiente como para saber, que ese atisbo de sonrisa que empezaba a resaltar su moflete izquierdo, significaba que había acertado en sus conjeturas.
Se unió unos instantes a la sonrisa callada de ella, antes de preguntarle a qué lugar se había ido antes, mientras Héctor se entregaba a la ardua tarea de convencer, a quienes le escuchaban hablar.

- ¿Te llevo?
No esperaba una pregunta por respuesta, aunque eso no le hizo dudar.
- Sí.
- Cierra los ojos.
- Tú no los tenía cerrados.
- Yo conozco el camino; he ido allí muchas otras veces…