20 abr 2017

Sin fonía nº14



Para quienes sólo ven el abismo, no importa lo grande que sea la explanada que la vista alcance.
Tal vez, al abismo habría que mirarlo con los pies.

El peso de las piedras y las dudas



El camino tenía tantas piedras que empezó a plantearse volver hacia atrás para buscar otro distinto por el que continuar.
Entre dudas y piedras, siguió caminando otro trecho, cada vez más lentamente, intentando averiguar qué era lo que le pesaba más: si las dudas o las piedras.
A la par que aminoraba su marcha, aumentaban las dudas, hasta que llegó un momento en el que decidió volverse, pues ya apenas avanzaba.

Se detuvo a observar el camino que tenía por delante, aceptando que renunciaba a lo que seguramente podría ofrecerle.

Se sentó a un lado y volvió la vista hacia atrás, añorando esa parte del camino que le había resultado sencillo recorrer. Fue entonces cuando vio acercarse a otro caminante que, sacándola de sus pensamientos, se le acercó y le preguntó hacia qué dirección iba.

Dudó un instante.

Conforme ella señalaba con la mano aquélla de la que ambos venían, él le entregó una especie de bastón con una punta de metal en un extremo, y le dijo:

- Tómalo. Es muy útil para romper piedras y yo ya no lo necesito. Esta parte del camino hacia la que voy es un llano sendero, pero de donde vengo, hay tantas piedras que estuve a punto de darme la vuelta en alguna ocasión...

Lo cogió.
Le dio las gracias.
Y empezó despacio a caminar tras él.

Loco



Estaba loco.
De eso no tenía la más mínima duda.

Cómo tenerla, si desde su más tierna infancia, todas las personas que lo conocieron, en algún momento pronunciaron, refiriéndose a él, aquella incomprensible palabra: “loco”. Por convicción o por contagio, pensaba ahora, pero ¿qué más da?... Seguramente, ni ellas mismas lo supieran.

De pequeño no dejó de preguntar qué significaba estar loco, pero nunca nadie le dio una respuesta. No al menos una que valiera la pena y consiguiera sacarlo de dudas.
Pero lo dejó pasar…
De todos modos, su infancia (como muchas otras) estaba llena, llenísima, de preguntas sin respuesta, o de respuestas vacías, elegidas al azar sin más intención que hacerlo callar.

Conforme iba creciendo, se dio cuenta de que aquella palabra lo seguía acompañando.
Otras muchas se quedaban, allá atrás, junto a su infancia, pero no ésta. Y al igual que con tantas otras preguntas, empezó a buscar sus propias respuestas.
Compartidas con amigas y amigos danzaban: el sentido de la Vida, el próximo corte de pelo, los límites de la propia libertad o la canción del momento… Respuestas y respuestas llenas de eternas horas de debate. Sin embargo, su locura, seguía en la más profunda de las soledades. Nadie, ni si quiera él mismo, encontraba la respuesta.
Pero lo dejó pasar…
De todos modos, empezaba ya a acostumbrarse a que fuera parte de su piel.

Ya de adulto, ahí estaba. Seguía estando loco. Eso le decían.
Las mismas letras, en el mismo orden, pero ahora sonaba de un modo distinto cuando alguien la pronunciaba. Sonaba menos risueña. Pero también él era diferente. Ya no necesitaba las respuestas de los demás, porque (aunque tardó en darse cuenta) ahora sabía que siempre tuvo otras:
la de las gotas de lluvia que resbalaban por su piel, entre las carreras de los que huían de ellas;
la de aquella tortuga que se movía taaaan despacio, que sólo él era capaz de verla moverse;
la de las sonrisas regaladas a desconocidos, para desconcierto de todos ellos…
Y se dio cuenta, entonces, de que ni siquiera necesitaba una respuesta propia a su locura.
Y lo dejó pasar…
De todos modos, juntos llevaban toda una Vida siendo felices.

Otoño



Apenas había distancia entre sus manos.
Y aunque ninguno de los dos se atrevía a recorrerla,
ambos deseaban que el otro lo hiciera,
conformándose mientras tanto,
con sentir su piel acariciada por el aire compartido.
En ese breve instante de eternidades sentidas,
el otoño decidió por ellos, dejando caer una hoja.

Una de tantas, para tantos.
No para ellos.

Y a pesar de que ambos hubieran creído (y querido) pensar que no cabría,
lo hizo.
Y pasó por entre sus manos.
Y rasgó el aire, mutuamente acariciado, dejando entre ellos un abismo.
¿Cómo recorrer ahora ese abismo si no fue capaz de hacerlo con apenas el hueco de un otoño?
Se agachó a recogerla antes de marcharse y se la llevó consigo,
para recordar, de vez en cuando, que la distancia no está en el camino.

2 abr 2017

Diferente




Nació así.
En realidad, tardó mucho tiempo en darse cuenta de que era “diferente”.
No porque fuera torpe o poco observadora, sino porque también fue mucho el tiempo, que tardó en aprender ese extraño hábito humano de hacer eternas comparaciones entre unos y otros. Algo que acabó aprendiendo, irremediablemente, a fuerza de ser la primera conversación que los demás le dirigían al conocerla.

Las primeras veces, llenaba minutos y minutos de un inagotable y paciente esfuerzo por intentar explicar algo tan sencillo como que: “yo nací así”, porque esa sencilla y obvia observación, no era nunca suficiente para nadie.

Pero nada es inagotable, así que, conforme fue pasando el tiempo, fue restando minutos y paciencia a cada nueva persona que conocía, transformándola, paulatinamente, en una agudizada ironía, que al final de cada conversación le llevaba al mismo resultado, pero por un camino mucho más divertido para ella.

Y gracias a eso, se fue dando cuenta de que haber nacido tan “obviamente diferente”, le enseñaría que la estupidez humana no tiene límites, cuando se pone al servicio de ese eterno hábito humano de hacer comparaciones entre unos y otros…