Como el más niño de los niños, en la noche en la que todo
es posible si fuiste bueno, llenó de impaciencia sus manos para abrirla y
descubrir, cuanto antes, la que ya imaginaba como la mejor de las sorpresas en
tantísimo tiempo. Dentro sólo había una tarjeta postal en blanco y negro con
dos siluetas, apenas insinuadas por un par de trazos. Le dio la vuelta:
“Quiéreme de ese modo, que sólo saben,
los que están dispuestos a perderlo todo.
Y después,
olvídame de ese modo, que sólo saben,
los que están dispuestos a seguir amando a pesar de todo.”
A.J.
No necesitó más.
Antes ya de confirmarlo, sabía que aquel sobre había acabado
en el buzón equivocado. Y mientras recuperaba el sobre para ver a quién le
había robado aquellas palabras, sintió en apenas un instante: remordimiento,
vergüenza, inseguridad y el desconcierto de no saber cómo conseguir disculparse.
Aunque pensándolo un poco, resultaba sencillo hacerlo. El error no era suyo. Suyo
sólo fue: el descuido impaciente. Y bien mirado, podría también disculparse por
la emoción que a cualquiera le provocaría, descubrir en su buzón una carta sin
franqueo pagado.
Superado ese instante, con sus propios razonamientos, salió
del ascensor y entró en casa. Dejó el maletín del trabajo y el resto del correo
sobre la mesa de la entrada y miró el reloj. Las siete y dieciocho. Volvió a
salir de casa; aún tenía tiempo. Apenas tres calles más abajo había un estanco.
Un sobre y un sello postal más tarde, emprendió la vuelta a casa. Ya en ella, descubrió que era un pésimo imitador de la letra de otro. Le costó ocho intentos copiar aquel pequeño poema en un trozo de papel blanco, hasta conseguir una copia decente, pero no le preocupó demasiado. Bien pensado ¿quién se fija en la letra o en el matasellos, cuando recibe una carta así…?
No hay comentarios:
Publicar un comentario