Antes de ese dieciocho de enero sólo había roto dos platos en su vida y en ambas ocasiones había sido tan solo un accidente. Así que ese día era como si en realidad, fuera la primera vez que rompía un plato.
No un plato cualquiera. Era el plato que ella elegía
siempre, con el color apagado en gran parte de sus bordes y alguna que otra
cicatriz, que las prisas por lavarlo o por cogerlo, le dejaron a lo largo de
sus muchos años.
No entendía muy bien el porqué; la única respuesta que
obtuvo siempre fue:
- Me cuenta
historias. Cuestión de Vida…
Aún así, nunca dejó de preguntar.
A pesar de no entenderla y de tener la más absoluta
certeza de que siempre seguiría siendo la misma, era incapaz de resistirse a
aquella sonrisa que escondía la verdadera respuesta. Esa que iba más allá de
las palabras y para la que el único diccionario que podría ser útil, se
escondía bajo aquella manera suya de mirar el mundo.
Formando un puñado de momentos rotos, observa sobre la
mesa del salón, los añicos que ha encontrado, preguntándose mientras los mira,
qué conseguirá antes: si recomponer el plato o las historias.
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