25 ene 2016

Asuntos vecinales

Llevaba viviendo en aquel piso cerca ya de tres años y apenas conocía a dos de sus vecinos. Incluso para esos dos, usar el verbo conocer, era realizar una concesión excesiva... Lo justo sería decir que reconocería sus caras si se los cruzara por la calle y que conocía en qué planta del portal vivían.
Más allá de eso, poco o nada sabía, salvo que la lluvia no les gustaba a ninguno gracias a sus profundas conversaciones de ascensor. El resto eran suposiciones propias que bien pudieran ser igual de fallidas que de certeras.

El resto de vecinos o vecinas eran todo un misterio. Cierto es que sus horarios y costumbres no lo ponían fácil para provocar encuentros, pero pasado ya el tiempo que había pasado, empezaba a pensar que las otras nueve viviendas estaban completamente vacías.

No tenía ni idea de si ese pensamiento le resultaba poco probable o poco deseable, pero fuera como fuese, la primera sensación que tuvo aquella madrugada al volver a pensar en ello no fue grata. En aquellos pocos segundos que duró el terremoto, aquella sacudida agitó más su pensamiento que su cama. Sabía desde hacía tiempo que la curiosidad por lo ajeno, no compartido, no era precisamente uno de sus puntos fuertes, pero aún así, cuando el movimiento cesó, volvió a dormirse con la firme decisión de redirigir aquellas profundas conversaciones sobre pronósticos meteorológicos hacia otras más vecinales.

No hay comentarios:

Publicar un comentario