La función
empezaba en cinco minutos y todavía estaba en la cola.
Desde que
las entradas se compraban junto con las palomitas, había perdido la ventaja de
no ser consumidora. Lo era en realidad, pero con manta y zapatillas, que era lo
que les daba el sabor que a ella le parecía que debían tener las palomitas.
Estaba en
aquella cola (que avanzaba con la lentitud de la desesperación del reloj que te
recuerda, sin piedad, que debiste salir antes de casa), pensando en los tiempos
en los que la taquilla era independiente de los palomiteros, cuando una chica
con más cara de desesperación que la suya propia, le preguntó qué era lo que
quería. Le pidió el botellín de agua que las prisas se dejaron en su casa y su
entrada.
Afortunadamente,
la última fila estaba disponible.
Salvo en los
estrenos de películas chiquilleras, la mayoría de las veces, era el desierto de
los lunes en primera sesión, que se merecían sus pelis de picotas.
Y ésta, prometía ser una de ellas…
No hay comentarios:
Publicar un comentario