La voz se le
había perdido entre los miedos.
Miedo a
decir lo que no debía.
Miedo a no
decir lo que se esperaba que dijera.
Miedo a
querer decir lo que nadie entendería.
…
Y entre
tanta encrucijada de dilemas, cuando empezaba ya a ver la claridad de lo que se
atrevería a decir, buscó su voz y no la encontró.
La había
perdido.
Sintió aún
más miedo: el de haber perdido para siempre, la voz que ahora se atrevía a
mostrar.
Se sentó un
rato para calmar su desesperación y encontró, en la calma, la manera de
buscarla. Empezó a buscar en el último lugar donde la recordaba: junto a sus
miedos.
Así que cogió
el miedo a no decir lo que se esperaba que dijera y lo tiró tan lejos como
pudo.
Pero en el
vacío que dejó, no estaba su voz.
Siguió.
Buscó el
miedo a decir lo que no debía y lo lanzó con la misma fuerza que el anterior.
Allí tampoco
estaba.
Continuó con
el resto, hasta el último de ellos y allí estaba.
Esperándola con la fuerza de quien ha conseguido
lograr aquello que quería lograr…
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