Era la
segunda vez que almorzaban juntos.
La primera le sorprendió.
Ésta confirmó.
Era
una persona original en su vida.
Ni mejor ni peor que otras, simplemente
distinta.
Eso ya lo sabía.
Lo que le faltaba por descubrir era, si él era
consciente de su originalidad o no.
Era lo más difícil de descubrir, pero
también lo más interesante.
Resultaba un reto hacerle las mismas preguntas que
le haría a cualquier otra persona que acabara de conocer, pero eligiendo las
palabras justas para conseguir las respuestas que buscaba, que nada tenían que
ver, en realidad, con el asunto del que hablaran.
Además de un reto, era un juego con el que verdaderamente disfrutaba, quizás por las pocas oportunidades que tenía. Era
como jugar a una partida, pero con piezas propias y ajenas. Y en este caso, desde la primera
jugada, ya prometía buenos momentos.
El humus que acaban de dejar en la mesa le
permitió descubrir la justa cantidad de comino que se necesita añadir para no
estropear la mezcla de sabores y a la par, que aquello que a veces nos parece
original en una persona es una sencilla cuestión de métrica; basta con reducir
el espacio en el que mirar, para cambiar de parecer.
Y entonces se dio cuenta.
No era la única que estaba jugando a la vez con piezas propias y ajenas...
Y
decidieron que dejarlo en tablas sería perfecto.
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