Al entrar en casa, un golpe de calor le dio la bienvenida de un modo poco agradable.
Pareció como si quisiera echarle en cara los días de ausencia y abandono, que, a pesar de ser un pensamiento completamente estúpido, le resultaba más real de lo que era.
El temor a ser recibida con un reproche la acompañaba desde que emprendió el camino de vuelta a casa, la tarde anterior.
Lo más difícil de organizar aquellas vacaciones había sido que Tomás entendiera que ir sola, o no, no era una cuestión que le correspondiera decidir a él.
Y a pesar de dedicarle tiempo y esfuerzo, lo único que logró fue una aceptación, poco convincente, acompañada de un gesto de tristeza, que se despidió de ella desde la puerta de casa.
Y allí dejó su tristeza, al marcharse, deseando que los días siguientes lograran hacerle entender lo que ella no había conseguido.
Afortunadamente, el golpe de calor fue el único recibimiento que encontró en casa.
Tomás no estaba.
Sintió cierto grado de culpabilidad al sentirse agradecida por esa ausencia, que le permitía un momento de tranquilidad antes de retomar su última conversación.
Dejó la maleta en el dormitorio, sacó el móvil de la mesita de noche, lo encendió y lo dejó recogiendo llamadas y mensajes mientras se daba una ducha de agua fría y el aire acondicionado hacía lo mismo con la casa.
En el buzón de voz le esperaban doce mensajes, que no iba a responder, y uno de Tomás que no necesitaba respuesta.
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