1 nov 2018
29 oct 2018
Blancas y negras
Jugando al ajedrez, aprendió a saltar sólo dentro de las “losas” que el camino pintó del color que le tocaba jugar.
Y aceptó esas normas, con la misma facilidad, con que aceptó las del juego, porque jamás vio al resto como suyas.
Repartir el camino, le parecía de lo más razonadamente lógico, y así avanzó gran parte del camino.
Pero en algún momento, perdió el equilibrio y pisó una losa distinta, del color que creía, que no le correspondía pisar.
La primera fue fruto del desequilibrio.
Y aceptó esas normas, con la misma facilidad, con que aceptó las del juego, porque jamás vio al resto como suyas.
Repartir el camino, le parecía de lo más razonadamente lógico, y así avanzó gran parte del camino.
Pero en algún momento, perdió el equilibrio y pisó una losa distinta, del color que creía, que no le correspondía pisar.
La primera fue fruto del desequilibrio.
Anverso y reverso
Cada palabra, cada gesto que le llega, es como un jeroglífico que desearía resolver, pero al que le faltan pistas.
Las pistas que llegan poco a poco, conforme cada rato compartido va regalándoselas.
Algunas encajan en la imagen que ya ha construido en su cabeza y otras no.
Pero eso no tiene mucha importancia, en realidad.
Lo que sí la tiene, es cuántas encajan o no, en sus sentimientos.
Y a la par que cuenta las propias, se pregunta cómo irá ese otro contador que comparte momentos, pero que no le pertenece.
Porque en algunos casos, anverso y reverso han de contar a la par.
Las pistas que llegan poco a poco, conforme cada rato compartido va regalándoselas.
Algunas encajan en la imagen que ya ha construido en su cabeza y otras no.
Pero eso no tiene mucha importancia, en realidad.
Lo que sí la tiene, es cuántas encajan o no, en sus sentimientos.
Y a la par que cuenta las propias, se pregunta cómo irá ese otro contador que comparte momentos, pero que no le pertenece.
Porque en algunos casos, anverso y reverso han de contar a la par.
Abstracciones
La ya escasa importancia de las naderías había ido disminuyendo tanto, que le parecía cada vez más difícil mantener conversaciones que le resultaran atractivas. Se abstraía de ellas ya casi sin darse cuenta. Y sin casi darse cuenta también, había ido perdiendo la costumbre de disimularlo, porque para el resto de personas que la rodeaban, pasaba completamente desapercibido el hecho de que ella dejara de estar presente, aunque siguiera estando junto a ellas.
Lo cual era, sin duda, una gran ventaja.
Aquella tarde, se desvaneció esa ventaja a la que estaba acostumbrada, aunque ella tardó un rato en darse cuenta, porque quien la hizo esfumarse, tuvo la precaución de esperarse a estar a solas.
Quería contar con la ventaja de sorprenderla.
Más tarde descubriría, que esa era otra de sus coincidencias. La experiencia de ambos les había convencido de que usar el factor sorpresa, consigue respuestas más sinceras.
Y sin duda, él debió creer que la sinceridad en ésta, merecía la espera.
Así pues, una vez a solas, y tras la sorpresa inicial, lo primero que la delató fue la sonrisa. La conocía ya lo suficiente como para saber, que ese atisbo de sonrisa que empezaba a resaltar su moflete izquierdo, significaba que había acertado en sus conjeturas.
Se unió unos instantes a la sonrisa callada de ella, antes de preguntarle a qué lugar se había ido antes, mientras Héctor se entregaba a la ardua tarea de convencer, a quienes le escuchaban hablar.
- ¿Te llevo?
No esperaba una pregunta por respuesta, aunque eso no le hizo dudar.
- Sí.
- Cierra los ojos.
- Tú no los tenía cerrados.
- Yo conozco el camino; he ido allí muchas otras veces…
Lo cual era, sin duda, una gran ventaja.
Aquella tarde, se desvaneció esa ventaja a la que estaba acostumbrada, aunque ella tardó un rato en darse cuenta, porque quien la hizo esfumarse, tuvo la precaución de esperarse a estar a solas.
Quería contar con la ventaja de sorprenderla.
Más tarde descubriría, que esa era otra de sus coincidencias. La experiencia de ambos les había convencido de que usar el factor sorpresa, consigue respuestas más sinceras.
Y sin duda, él debió creer que la sinceridad en ésta, merecía la espera.
Así pues, una vez a solas, y tras la sorpresa inicial, lo primero que la delató fue la sonrisa. La conocía ya lo suficiente como para saber, que ese atisbo de sonrisa que empezaba a resaltar su moflete izquierdo, significaba que había acertado en sus conjeturas.
Se unió unos instantes a la sonrisa callada de ella, antes de preguntarle a qué lugar se había ido antes, mientras Héctor se entregaba a la ardua tarea de convencer, a quienes le escuchaban hablar.
- ¿Te llevo?
No esperaba una pregunta por respuesta, aunque eso no le hizo dudar.
- Sí.
- Cierra los ojos.
- Tú no los tenía cerrados.
- Yo conozco el camino; he ido allí muchas otras veces…
29 may 2018
Volverán
La tarde era más oscura en el interior de su salón que al otro lado de la ventana, que a contraluz, hacía más negro el negro de las gaviotas que daban vueltas en el recinto que separaba a unos vecinos de otros.
Tumbada en el sofá, mirando hacia el trozo de cielo que encuadraba el marco de su ventana, disfrutaba del arte en movimiento. Cada vuelo dejaba al pasar una pincelada. Era como ver a esos artistas que se sientan en la calle, a robarle momentos al paisaje que tienen enfrente.
Desde hacía ya varios años, por estas mismas fechas, se instabalaba en la pared de su salón, una de esas familias de artistas. Habitaban un nido que jamás había visto, pero que al caer la tarde, adquiría vida, justo a la altura a la que su cabeza se adueñaba del sofá.
Sus conversaciones alternaban píos a un lado, y repiquetear de dedos al otro.
Y aunque parecieran idiomas completamente distintos, abocados a la más absoluta incomprensión, cada noche al echarse en el sofá, saludaba a esas vecinas becquerianas, a las que nunca dijo su nombre.
Tal vez, para que esas sí volvieran...
Tumbada en el sofá, mirando hacia el trozo de cielo que encuadraba el marco de su ventana, disfrutaba del arte en movimiento. Cada vuelo dejaba al pasar una pincelada. Era como ver a esos artistas que se sientan en la calle, a robarle momentos al paisaje que tienen enfrente.
Desde hacía ya varios años, por estas mismas fechas, se instabalaba en la pared de su salón, una de esas familias de artistas. Habitaban un nido que jamás había visto, pero que al caer la tarde, adquiría vida, justo a la altura a la que su cabeza se adueñaba del sofá.
Sus conversaciones alternaban píos a un lado, y repiquetear de dedos al otro.
Y aunque parecieran idiomas completamente distintos, abocados a la más absoluta incomprensión, cada noche al echarse en el sofá, saludaba a esas vecinas becquerianas, a las que nunca dijo su nombre.
Tal vez, para que esas sí volvieran...
21 abr 2018
Cremalleras
Se olvidaba de cerrar la bolsa donde guardaba cosas y al volver ya no estaban.
Se preguntaba dónde estarían sin saber en realidad la respuesta exacta para ninguna, pero creía firmemente y casi con toda seguridad, que andaban en manos de otras personas que olvidaban guardar nada y buscaban en bolsas ajenas de cremalleras abiertas.
Una mañana se acercó a su bolsa de cremallera abierta a buscar aquella libreta llena de notas sin terminar, que eran proyectos de algo o incluso de nada, y se encontró con que ya no estaba...
¿Pero quién demonios querría sus medias palabras, que no estaban ni siquiera acabadas?
Decidió cerrar su bolsa a partir de entonces cada vez que guardara algo en ella, fuese lo que fuera.
Al cogerla para echar la cremallera sintió un peso que no esperaba. Volvió a abrirla y a buscar en su interior con detenimiento. Encontró algo que no era suyo: una piedra blanca bien rodada por los años, en la que alguien había dibujado un pequeño corazón asimétrico y un sencillo y tímido "Gracias", tan inmenso que era imposible imaginar cómo cabía en aquella pequeña piedra.
Se marchó dejando tambien aquella piedra dentro de su bolsa abierta.
Porque tal vez mañana, alguien necesitará un "Gracias"...
Se preguntaba dónde estarían sin saber en realidad la respuesta exacta para ninguna, pero creía firmemente y casi con toda seguridad, que andaban en manos de otras personas que olvidaban guardar nada y buscaban en bolsas ajenas de cremalleras abiertas.
Una mañana se acercó a su bolsa de cremallera abierta a buscar aquella libreta llena de notas sin terminar, que eran proyectos de algo o incluso de nada, y se encontró con que ya no estaba...
¿Pero quién demonios querría sus medias palabras, que no estaban ni siquiera acabadas?
Decidió cerrar su bolsa a partir de entonces cada vez que guardara algo en ella, fuese lo que fuera.
Al cogerla para echar la cremallera sintió un peso que no esperaba. Volvió a abrirla y a buscar en su interior con detenimiento. Encontró algo que no era suyo: una piedra blanca bien rodada por los años, en la que alguien había dibujado un pequeño corazón asimétrico y un sencillo y tímido "Gracias", tan inmenso que era imposible imaginar cómo cabía en aquella pequeña piedra.
Se marchó dejando tambien aquella piedra dentro de su bolsa abierta.
Porque tal vez mañana, alguien necesitará un "Gracias"...
15 abr 2018
13 feb 2018
Sin fonía nº 25
En las intersecciones de caminos da lo mismo si eran caminos de vuelta de algún sitio, o caminos de ida hacia otro.
Sólo importa, que en ese instante coincidieron.
Sólo importa, que en ese instante coincidieron.
6 feb 2018
Cruce de intensidades
A mi primer novio lo dejé porque decía que era demasiado intensa.
Y aunque la intensidad llegó a mi vida a una edad que yo siempre creí demasiado tardía, se quedó conmigo por otros muchos motivos.
Eso, seguramente, es lo que él nunca llegó a entender.
A mi segundo novio lo dejé porque era demasiado intenso.
La intensidad llegó a su vida a una edad que yo siempre creí demasiado temprana.
Y dejó de valorarla.
Seguramente tampoco llegó a entender que para mí era algo que no admite ligerezas.
Mi tercer novio me dejó, porque tenía la intensidad justa para no ver que para mí, la intensidad que entiende de justicias, no es intensidad...
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