Y aceptó esas normas, con la misma facilidad, con que aceptó las del juego, porque jamás vio al resto como suyas.
Repartir el camino, le parecía de lo más razonadamente lógico, y así avanzó gran parte del camino.
Pero en algún momento, perdió el equilibrio y pisó una losa distinta, del color que creía, que no le correspondía pisar.
La primera fue fruto del desequilibrio.
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