La ya escasa importancia de las naderías había ido disminuyendo tanto, que le parecía cada vez más difícil mantener conversaciones que le resultaran atractivas. Se abstraía de ellas ya casi sin darse cuenta. Y sin casi darse cuenta también, había ido perdiendo la costumbre de disimularlo, porque para el resto de personas que la rodeaban, pasaba completamente desapercibido el hecho de que ella dejara de estar presente, aunque siguiera estando junto a ellas.
Lo cual era, sin duda, una gran ventaja.
Aquella tarde, se desvaneció esa ventaja a la que estaba acostumbrada, aunque ella tardó un rato en darse cuenta, porque quien la hizo esfumarse, tuvo la precaución de esperarse a estar a solas.
Quería contar con la ventaja de sorprenderla.
Más tarde descubriría, que esa era otra de sus coincidencias. La experiencia de ambos les había convencido de que usar el factor sorpresa, consigue respuestas más sinceras.
Y sin duda, él debió creer que la sinceridad en ésta, merecía la espera.
Así pues, una vez a solas, y tras la sorpresa inicial, lo primero que la delató fue la sonrisa. La conocía ya lo suficiente como para saber, que ese atisbo de sonrisa que empezaba a resaltar su moflete izquierdo, significaba que había acertado en sus conjeturas.
Se unió unos instantes a la sonrisa callada de ella, antes de preguntarle a qué lugar se había ido antes, mientras Héctor se entregaba a la ardua tarea de convencer, a quienes le escuchaban hablar.
- ¿Te llevo?
No esperaba una pregunta por respuesta, aunque eso no le hizo dudar.
- Sí.
- Cierra los ojos.
- Tú no los tenía cerrados.
- Yo conozco el camino; he ido allí muchas otras veces…
No hay comentarios:
Publicar un comentario