Tras una pared de cristal, que compartía transparencia con ellos, se movían en un espacio inmensamente pequeño para sustituir a un istmo que les quedaba ya demasiado lejos y al que, desde luego, no volverían por dos euros quince.
La belleza que, desde pequeña, encontraba tan atractiva en todo aquello que le permitía ver su mecanismo interior, se disipó esta vez.
La doble transparencia no hizo doble su belleza.
Le resultó irónico pensar que, curiosamente, al cristal de Java lo que le sobraba no era el cristal de su nombre sino el de la pecera.
17 jul 2019
4 jul 2019
Viejos pupitres
Esos veinte
minutos de retraso, que hace dos, eran una espera poco grata, se habían
convertido en un deseo, sin prisa, de conseguir unos minutos más para tomar la
decisión de dejarse llevar por el miedo o por la curiosidad.
Mientras su
tren le daba margen, miraba el maletín que descansaba a su derecha, olvidado
por su compañero de asiento dos minutos atrás.
Ahora echaba de menos la conversación no mantenida.
Ahora echaba de menos la conversación no mantenida.
La mayoría de las personas que ocupaban el asiento contiguo al suyo, en los trayectos del tren que la llevaban del trabajo a casa y viceversa, eran las que iniciaban una conversación.
Siempre
pensó que tenía una expresión lo suficientemente amable, como para que
quisieran hablar con ella sin conocerla en absoluto.
Y con el
tiempo se acostumbró a que así fuera.
Hoy, sin
embargo, la excepción había compartido con ella camino. Algo que no hubiera
tenido mayor trascendencia, de no ser por aquel olvidado maletín, que cuanto
más miraba, más segura estaba de querer abrir y confirmar su sospecha de que contenía
un saxo.
Miró por la
ventana y supo que apenas le quedaban tres minutos para llegar a su parada. Al
abrirlo, lo único que encontró fue una nota con su nombre. Miró a su alrededor
con disimulo y vergüenza anticipada, por si alguien le estaba tomando el pelo,
y empezó a leer la nota.
Intentaba, tras cada frase, recordar la cara de su,
ya no tanto, olvidadizo compañero para tratar de confirmar que aquellas
palabras eran ciertas y lo que años atrás era un pupitre compartido lleno de
saxos y corazones garabateados, hoy era el asiento de un tren que acabada de
cambiar su destino.
3 jul 2019
Despedida
El intenso
blanco del folio que cegaba sus manos, le impedía ver las palabras en el orden
en el que querría escribirlas, si fuera capaz de olvidarse de las consecuencias
que sus palabras tendrían en las personas a las que más amaba.
Despedirse
no le estaba resultando tan fácil como pensó.
Creyó que
tomar la decisión de marcharse sería suficiente, pero no tuvo en cuenta que implicaba,
a su vez, asumir la decisión de no dejarse llevar por lo que provocaría su
marcha, siendo consciente, como era, de no haber aprendido aún a liberarse de
esa responsabilidad autoimpuesta sobre las emociones ajenas.
El billete
de avión que esperaba sobre su maleta le recordaba que ya era tarde para
aprenderlo.
La
alternativa de no despedirse le parecía todavía más terrible y ese folio, aún en
blanco, no parecía dispuesto a ponérselo más fácil. Así que hizo lo único que
se le ocurrió para encontrar las palabras que necesitaba: olvidar por un
momento el para y el porqué y despedirse de sí mismo.
Cambio
Søren le proporcionó la semilla.
Y sus últimos meses, la tierra en la que germinó la decisión de no tener amigos. Aunque en realidad lo que decidió fue cambiarlos.
Cambió personas por momentos.
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