El intenso
blanco del folio que cegaba sus manos, le impedía ver las palabras en el orden
en el que querría escribirlas, si fuera capaz de olvidarse de las consecuencias
que sus palabras tendrían en las personas a las que más amaba.
Despedirse
no le estaba resultando tan fácil como pensó.
Creyó que
tomar la decisión de marcharse sería suficiente, pero no tuvo en cuenta que implicaba,
a su vez, asumir la decisión de no dejarse llevar por lo que provocaría su
marcha, siendo consciente, como era, de no haber aprendido aún a liberarse de
esa responsabilidad autoimpuesta sobre las emociones ajenas.
El billete
de avión que esperaba sobre su maleta le recordaba que ya era tarde para
aprenderlo.
La
alternativa de no despedirse le parecía todavía más terrible y ese folio, aún en
blanco, no parecía dispuesto a ponérselo más fácil. Así que hizo lo único que
se le ocurrió para encontrar las palabras que necesitaba: olvidar por un
momento el para y el porqué y despedirse de sí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario