Las paredes de aquella celda que era su hogar observaban el desvelo de su última noche, mientras su mente era una montaña rusa de ideas, miedos y preguntas sin respuesta.
Ya no era la misma persona que había llegado a aquella celda treinta años atrás. Se sentía incapaz de imaginarse fuera de allí y le daba pavor enfrentarse a un mundo del que apenas conocía las reglas. A su edad, sentirse perdido y desprotegido ya no era una opción. Se levantó, cogió su almohada sin hacer ruido, y entre lágrimas, acabó con el plácido sueño de su vecino de celda.
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