15 mar 2023

Castillos de arena

Era uno de esos pocos días del año, en los que la ilusión suena antes que el despertador.

Tras la jornada que tenía por delante, le esperaban dos semanas de vacaciones en el Cabo de Gata. La foto de una iglesia junto al mar había decidido el destino de aquellos días.

No era muy amante de la playa. Los recuerdos de su infancia estaban llenos de castillos de arena, que duraban apenas unos minutos en pie. Ya fuese el viento, su hermano pequeño, o el balón de los vecinos, siempre había algo que acababa devolviendo la arena a la arena.

Tal vez por eso, no fue una de esas niñas que deseaban subirse a la torre de un castillo, a esperar que una llave azul le abriese las puertas. Su ambición aprendió a recorrer otros lugares menos elevados, pero más libres.

Siempre que se lo permitían, cambiaba la arena de la playa por la tierra del huerto de su abuelo, que le enseño el poder de los tallos que no ofrecen resistencia a aquello que los azota.

Y desde que pudo decidir el destino de sus vacaciones, no había vuelto a ir a la playa.

Cuando encontró aquella vieja fotografía en el fondo de un cajón, tras la muerte de su abuelo, no pudo reconocer a la mujer que se abrazaba a él, en la escalinata de la iglesia.

A su intuición le bastó con ver el reverso:

        "Clara, 1942"

Le resultó más sencillo ubicar la Iglesia en el mapa, que en el pasado de su abuelo las respuestas.

Una semana después, sentada en aquella misma escalinata, miraba de nuevo la fotografía tratando de asimilar lo que ahora ya sabía.

Frente a ella, en la playa, escuchó a una pequeña llorar por su recién destruido castillo de arena, mientras su hermano la llamaba: "Clara, la llorica".

Se acercó hasta ella.

Sus miradas se cruzaron un instante, y su espíritu hizo las paces con el mar.

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