2 abr 2017

Suaves pero decididas; alegres pero contundentes; cálidas, pero desconocidas...



La manera que tenía de pasar las hojas, le hizo pensar que aquello que estaba leyendo era algo realmente interesante.
Parecía como si pasar cada una de ellas fuese como dejar atrás, algo que realmente le costaba dejar atrás.
Así que estuvo tentado una y mil veces de sentarse a su lado y pedirle que le leyera algo en voz alta.

Se había imaginado incluso la voz que tendría: suave, pero decidida; alegre pero contundente; cálida, pero desconocida...
Sin embargo, también una y mil veces, se decía que acercarse a una desconocida y pedirle que compartiera su lectura con él, acababa, hasta en la más benévola de las respuestas imaginadas, de una manera demasiado extraña para que supiera qué hacer después con ella.

Y mientras se debatía entre el miedo y el deseo, la vio levantarse dejando sobre la mesa el libro. La observó acercarse a la barra y pagar, abrocharse los botones pares de la chaqueta y colgarse el bolso camino de la puerta.
En el mismo instante en que la vio caminar hacia la salida, dejó unas monedas sobre su mesa y se levantó, dispuesto a salir detrás de ella, feliz de tener la excusa que su miedo necesitaba, para acercarse a aquellas páginas.

Pero al llegar a la mesa que ella acababa de dejar, no se encontró con un libro olvidado, sino con uno garabateado con unas pocas palabras escritas a mano (suaves pero decididas; alegres pero contundentes; cálidas, pero desconocidas... ) que llenaban el margen izquierdo de una esquina doblada:
"Tal vez mañana, quieras leerme algo..."

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