4 jun 2017

A veces sencillamente ocurre

A veces sencillamente ocurre.
Ella llegó a su vida en el momento justo en el que él era capaz de mirar, además de ver.

Sentada en un rincón, comía sólo las pipas pares. Las impares acababan en el pico del único gorrión que carecía del miedo necesario para no acercarse, o tenía el hambre suficiente para vencer al miedo.

Al principio, no se dio cuenta de su compañía, así que simplemente, la miraba con la curiosidad que las rarezas ajenas nos despiertan, intentando encontrar la razón por la que, de cada par de pipas, sólo una acababa en su boca.
Tal vez era una de esas personas maniáticas que no soportan los números impares, pero de ser así, no le importaría demasiado; de hecho, él prefería los números pares.

Se permitió unos minutos más del placer de mirar sin ser visto, antes de levantarse y acercarse hasta ella, con la intención de ocupar el asiento libre que había a su lado, después de haber pensado qué decirle, para conseguir que su respuesta no fuera una excusa.
Como si lanzara una moneda al aire, silla y excusa, daban vueltas la una sobre la otra, conforme se acercaba a ella paso a paso.
Y en la última de las vueltas, la excusa quedó debajo.

Compartieron los principios de las conversaciones que tienen toda la grandeza de lo desconocido, donde cada pregunta y cada respuesta es un lugar nuevo al que viajar.
Y así llegó la respuesta de aquellas pipas impares que él creía que acaban en el suelo.

No pudo evitarlo.
Las fobias no piden permiso. Así que fue casi inmediato, cambiar números por pájaros y salir de allí huyendo.

A veces sencillamente ocurre.
Pero en el momento equivocado…

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