4 jun 2017

Trivialidades ajenas

Empezó por las nubes.
Siempre creyó que no le gustaban los días nublados.
A nadie le gustaban.
Así que alguna razón debía existir para ello, la conociera o no.
Compartir la tristeza de los días grises, era como compartir cualquiera de las muchas trivialidades, que llenan los días de ratos de charlas monótonas y absurdas, pero que nos vinculan a otros, sin más pretensión que sentirnos parte de algo o de alguien, y nos permiten evitar vernos, o que nos vean, como extraños bichos raros.

Un día gris, que empezó siendo como cualquier otro día nublado, se sorprendió a si mismo despidiéndolo con el sabor de los días inolvidables.
Y en ese instante, como suele pasar con aquello que sólo se sostiene por motivos ajenos, se deshizo de las nubes que hacen días grises, para quedarse con los días que sólo se llenan de nubes.

Ese fue tan sólo el principio.
Lo demás llegó con la naturalidad de lo que se aprende, descubriéndose a uno mismo.

Siguió con las deprimentes tardes de domingo.
Con la desesperante prisa del aburrimiento.
Se atrevió, algo después, con las miradas perdidas en el ascensor.
Y así siguió...
Y poco a poco fue restando y restando a esa lista, todo aquello que lo alejaba de esa normalidad ajena, pero que lo acercaba a la suya propia.

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